NO ERA INVIERNO
El sol brillaba todos los días, como el logo de D’onofrio. Era un verano interminable y alegre como pocos, en un sucio barrio de San Miguel que por única vez no apestaba a barro con pichi de gato. Ahora un rico viento tropical corría coloreando las fachadas de los callejones. Al menos eso es lo que creo que recuerdo. En el mundo era junio, en Lima estábamos entre otoño e invierno, pero el calor mediterráneo que hacía en Italia parecía contagiarnos acá, en nuestra rutinaria tristeza, y convertía el llanto que aguantábamos en la punta de los ojos en una festiva emoción.
PRIMAVERA
Antes de que empezara el Mundial de Italia 90, yo apenas había tenido un par de acercamientos con el fútbol. De México 86 (yo tenía casi 6 años) no vi ningún partido y solo conocía a “Pique”, la mascota, porque estaba impresa en las bolsas de Monterrey. También sabía que un argentino chato había metido un gol con la mano, lo cual me complicó más el asunto ¿acaso a nadie se le había ocurrido antes? Qué tontería, mejor sigo viendo He-Man.
Poco tiempo después, un avión cayó en el mar de Ventanilla y murieron todos los jugadores de Alianza. Mi hermano era hincha a muerte del equipo de La Victoria y por eso yo también me hice simpatizante de Alianza, aunque jamás me preocupé por saber cómo había quedado el equipo de mis amores (de los de mi hermano, en realidad), ni vi ningún partido ni festejé un solo gol blanquiazul.
En honor a los caídos elaboré con plumones, crayolas y lapicero, varias copias de un emotivo dibujo, que, entre otras cosas, tenía jeroglíficas figuras de jugadores pintados con plumón negro y un avión en llamas. Una flecha compuesta por tres líneas indicaba que el piloto era de la “u” (a partir de ahí comencé a alimentar el fuerte odio que le tengo al equipo que representa las peores costumbres sociales del Perú, pero bueno, me estoy desviando del tema).

Fue a partir de Italia 90 que me convertí en un apasionado del fútbol. No sé qué bicho me picó, pero en pocas semanas ya me sabía TODO sobre el mundial: las sedes, los jugadores, en qué clubes estaban, las reglas del juego, historia de los campeonatos anteriores, etc. Paporreteaba mejor que autista y, dicho sea de paso, no analizaba mal. Era una fiebre dulce.
Mientras leía la parte deportiva del diario o “El Gráfico” que me pasaba mi hermano, escuchaba la radio. O prendía la de la casa o alguien encendía la suya en plena calle y a buen volumen. Entonces salía al jardín, me apoyaba en la diminuta y crujiente puerta de madera y leía, observaba con orgullo mi álbum (tenía la figurita de Bebeto, la más tranca de conseguir), luego levantaba la vista y mis ojos generaban decenas de colores por el sol que brillaba sin parar. No hacía un calor muy fuerte, el suave viento creaba un tiempo ideal.
Respiraba fuerte, el asma que vivía en mi garganta parecía extinguido y celebraba la satisfacción trepándome en la puertita (que hasta hacía poco me sobrepasaba la cabeza) para mirar hacia el mar que no se veía, a pesar de que no había nada entre los dos y que estaba a tres cuadras, pero que se respiraba. Miraba hacia el otro lado y observaba cómo brillo solar chocaba en la acera, en la pista. Un paraíso de cemento.
Me gustaban los colores de Brasil, las alucinantes camisetas de Holanda, que llevaban en el pecho mis ídolos Gullit, Van Basten y Rijkaard (si alguien tiene una, se la compro). También la lejana toma de la televisión que nos permitía ver cómo los equipos se paraban en la cancha, el reloj de las transmisiones que era una línea punteada vertical al lado derecho de la pantalla, los estadios y maravillosos lugares que hacían de Italia un país inigualable, las chicas brasileñas “danzandu lambada” en la fachada del San Siro, en fin…

El capo Ruud Gullit y la camiseta pedida
En mi calle también se escuchaba Lambada, el “Coco-loco” y sobre todo el fabuloso mix “Disco Samba” de los Two Men Sound. La alegría era brasileña, no había duda, solo Maradona la pudo borrar, con un pase al maricón de Caniggia. Tanta algarabía, la fiesta eterna que me había hecho olvidar del asma se había acabado. Gracias Diego huevón, yo sabía que eras un idiota antes de que todo el mundo se diera cuenta: qué es eso de meter un gol con la mano, pendejo. Y después te das el lujo de, jugando mal y con un equipo de mierda, eliminar a Brasil y llegar a la final.
Bueno, tranquilidad. No me quedó otra que hacerme hincha de Camerún y de su estrella Roger Milla. Lamentablemente el partido que más recuerdo es el que los “leones indomables” jugaron contra Inglaterra por cuartos de final. Después de la derrota ante los británicos (en un partidazo), Italia 90 terminó para mí. No vi más. Volví a los dibujos animados, ya no daban He-Man, pero no importaba, los Thundercats eran de la puta madre.
Los ingleses vencen a Camerún, el último partido que ví.
OTOÑO
A la distancia y siendo frío, Italia 90 puede ser el peor mundial de los últimos 40 años, pocos goles, se jugó feo, Holanda pasó sin pena ni gloria, en realidad su camiseta era bastante huachafa, Van Basten no metió ningún gol, Brasil jugó su peor mundial después del de 1966, Bebeto no jugó, Argentina era una porquería y le fue bien, Italia comenzó a volverse un equipo amarrete y ganaba con las justas gracias a un jugador oportunista y mediocre como el “Toto” Schillaci. En fin, un mundial aburrido y que, para colmo, ganó Alemania. Qué fiasco.
Pero siendo completamente subjetivo, desde el 94 los mundiales son una gran frustración para mí, porque cada vez que empieza uno quiero que sea como el de Italia 90, y eso es imposible. La melancolía me invade y la añoranza es eterna. Por eso de vez en cuando escucho “Disco Samba” y regreso a mi álbum roto y polvoriento.
VERANO OTRA VEZ
Hace unos meses Romi me hizo recordar la canción de aquel mundial y luego la escuché en un comercial sobre la selección argentina de CTI Móvil. Una flecha me electrificó el corazón, la había olvidado por completo.
Ahora que la he conseguido, la escucho todo el tiempo y, aunque miro al cielo y todo está nublado de frío, he sentido aquella emoción otra vez. ¿Ven? Una canción puede hacer milagros. Mi música para este mundial no es ese falso “oé-oé-oé” del 2006 (que no es más que un intento de volver al “alé-alé” que cantaba el baboso de Ricky Martin en Francia 98), es “Un’ Estate Italiana” (un verano italiano), interpretada por Gianna Nannini y Edoardo Bennato. ¡Qué emoción! ¡Forzzzzza Italia este 2006!
SOUDTRACK DEL POST
Gianna Nannini y Edoardo Bennato - Un´ Estate Italiana
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